(fino al 431 a.C.). In quest’epoca si gettarono
le basi della f ilosof ia occidentale, della medici-
na, dell’architettura, della letteratura, del teatro
e dell’ordinamento politico. A questo periodo
risale anche la distinzione di Aristotele tra forma
e materia, una cognizione che potrebbe rivestire
ancora importanza anche per il design odierno.
Se si parla di epoca classica in Germania, allora
il discorso verte sul classicismo letterario del
XVIII secolo, su Wieland, Goethe, Schiller ed
Herder, sul conflitto dialogico con la politica e
l’estetica del periodo successivo alla Rivolu-
zione francese. Oppure ci si riferisce al classi-
cismo musicale viennese che è stato segnato da
Haydn, Mozart e Beethoven e che, come con-
cetto di musica classica, – perché semplice e
popolare – comprende anche altre epoche sto-
riche dell’articolazione del suono.
Se TARA, la rubinetteria nata nel 1991 e il cui
carattere archetipo da allora è stato diligente-
mente curato da Dornbracht come costruttore e
da Sieger Design come ideatore, viene definita
un classico, in un primo momento può sembrare
problematico, se inteso nel senso tramandato del
concetto. Fino a pochi a anni fa si usava ancora
la definizione “design longevo”. E in questi ulti-
mi anni proprio i progetti longevi sono usciti dal
mercato a frotte e in punta di piedi. Creare nuovi
prodotti che durino nel tempo è sempre più dif-
f icile per svariati motivi. Innanzitutto l’orienta-
mento alla rendita in tempi brevi di molti pro-
duttori, di alcuni commercianti e anche di un
numero sempre crescente di fruitori, tutti che
desiderano più di ciò che già conoscono.
Lavorare su un classico invece è anche lavorare
sul mito. Il concetto di classico tramandatoci dal
passato è superato. Accanto ad esso si sono fatti
strada oggetti cult e standard. Mentre il cult può
sia affermarsi all’improvviso che scomparire
altrettanto repentinamente ad opera di un grup-
po campione attivo, con lo standard può crearsi
il rischio della stagnazione. Uno standard in
pratica può modificarsi solo in gran segreto,
possibilmente passando inosservato agli occhi
dell’opinione pubblica. Al classico spetta tutt’al
più ancora una vita propria, un ulteriore svi-
luppo, un adattamento alle nuove condizioni. È
aperto ai mutamenti di significato. Un esempio:
nell’ottobre del 2001 è apparsa sul mercato la
prima generazione di lettori MP3 Apple con
ghiera dei comandi a scorrimento: l’iPod.
L’apparecchio ha suscitato lo scalpore del pub-
blico non solo per la sua forma, né più né meno
che una piccola scatola bianca e sottile con rive-
stimento in plastica; ma piuttosto per il suo
utilizzo intuitivo che era e continua ad essere
assolutamente atipico per un apparecchio audio
portatile. Apple aggiorna di continuo la tecnica
e la forma, ma nell’essenza mantiene la sempli-
cità dell’iPod. Sei anni dopo la sua introduzione
sul mercato esiste ancora sempre un modello
standard che dallo scorso anno è contrassegnato
dalla dicitura aggiuntiva “classic”. Sarebbe trop-
po semplice imputare al marketing una diversa
interpretazione da quattro soldi della parola
“classico”.
La causa non risiede in un uso linguistico impre-
ciso, ma nel cambiamento che il mondo ha subi-
to ad opera della digitalizzazione, di prodotti e
canali di vendita sempre nuovi. Anche nel caso di
TARA esiste da tempo una TARA ULTRA e
conformemente una TARA CLASSIC. In effetti
l’utilizzo del concetto e del suo significato si è
modif icato negli ultimi anni. L’attributo indica
che un prodotto, un servizio o un avvenimento
definito classico rientra in quelle rare promesse
pubblicitarie, il cui signif icato è relativamente
chiaro a tutti. Anche per le gare sportive si può
parlare di classici, come pure per i film, e non
solo per quelli i cui eroi devono sempre e ripe-
tutamente salvare il mondo o cui alla fine
accade come a Sisifo. —
Se puede discutir mucho sobre lo que es un clá-
sico y lo que no. Este término, que utilizamos
habitualmente en el contexto cultural, tiene su
origen en el derecho fiscal romano de la época
imperial. El “classis” era alguien perteneciente
a la categoría fiscal más alta. El adjetivo “classi-
cus” fue incorporado más tarde al discurso
literario-estético por el escritor romano Aulus
Gellius (aproximadamente en el 175 d.C.). A
partir de entonces se emplea en todos los cam-
pos de la actividad creativa. Se ha convertido en
la designación de una época artística reconocida
como normativa, aunque, no obstante, se ha
venido utilizando ampliamente y se aplica a los
representantes y a las obras de muchas épocas
y de diferentes géneros. El término clásico se
utiliza con frecuencia para idealizar épocas
históricas. Como periodo clásico de la antigua
Grecia se considera la época entre la Rebelión
Jónica contra la hegemonía persa (500 a.C.)
hasta la Guerra del Peloponeso (hasta 431 a.C.).
En esta época se establecieron las bases de la
filosofía occidental, de la medicina, de la arqui-
tectura, de la literatura, del teatro y de la consti-
tución política. A esta época se remonta también
la diferenciación de Aristóteles entre la forma y
la materia, un conocimiento que sigue siendo
importante para el diseño actual. Cuando se trata
de lo clásico en Alemania, hablamos de la litera-
tura clásica del siglo XVIII, de Wieland, Goethe,
Schiller y Herder, una confrontación dialéctica
con la política y la estética de la época según el
modelo de la Revolución Francesa. O bien se trata
de los clásicos musicales de Viena, representados
por Haydn, Mozart y Beethoven y que en la actua-
lidad (por su sencillez y popularidad) abarcan,
con el término de música clásica, varias épocas
históricas de la composición musical.
La designación como clásico de TARA, la grife-
ría creada en 1991 cuyo carácter arquetípico se ha
mantenido cuidadosamente desde entonces por
parte del fabricante Dornbracht y del diseñador
Sieger Design, podría parecer problemática a pri-
mera vista, considerando el sentido tradicional
de este término. Hace pocos años todavía se uti-
lizaba en su lugar el término “diseño duradero”.
Pero precisamente muchos de estos diseños
duraderos han ido desapareciendo silenciosa-
mente del mercado durante los últimos años.
Por diversos motivos, cada vez se hace más difí-
cil diseñar productos nuevos que sean longevos.
En primer lugar, por la orientación de muchos
fabricantes hacia el beneficio a corto plazo, y de
algunos distribuidores y gran número de usua-
rios que desean algo más que lo que ya conocen.
Por el contrario, trabajar en un clásico es tam-
bién trabajar en un mito. El significado tradicio-
nal del término “clásico” está desfasado. En su
lugar aparecen el objeto de culto y el estándar.
Mientras que la calidad de culto se puede conce-
der a un objeto por un grupo paritario activo, que
puede retirarle este atributo con la misma faci-
lidad, el estándar lleva implícito el riesgo de
estancamiento. Un estándar prácticamente sólo
se puede cambiar solapadamente y en secreto,
a ser posible sin que el público se dé cuenta.
Lo primero que se le reconoce al clásico es una
vida propia, una evolución, una adaptación a los
cambios de las circunstancias. Está abierto a
las transformaciones. Un ejemplo: en octubre de
2001 salió al mercado la primera generación de
un reproductor MP3 de Apple con control por
rueda pulsable: el iPod. El aparato llamó la aten-
ción del público, no sólo por su forma, que no
era ni más ni menos que una pequeña cajita
blanca plana con carcasa de plástico, sino que
destacó por su manejo intuitivo, que era y sigue
siendo poco habitual en un aparato de audio
móvil. Apple ha actualizado varias veces la téc-
nica y el diseño, pero ha mantenido esencial-
mente la sencillez del iPod. Seis años después
de su lanzamiento al mercado, todavía existe
un modelo estándar que, desde el año pasado,
se denomina “classic”. Sería demasiado simple
atribuir al marketing una interpretación barata
de la palabra “clásico”.
La causa no es un uso idiomático torpe, sino la
transformación del mundo debido a la digita-
lización, a la aparición constante de nuevos
productos y canales comerciales. En el caso
de TARA también hace tiempo que existe
un TARA ULTRA y el correspondiente TARA
CLASSIC. En realidad, el uso del término y su
contenido ha cambiado durante las últimas déca-
das. El atributo que determina que un producto,
un servicio o una experiencia sean clásicos es
una de las pocas promesas publicitarias cuyo
signif icado está relativamente claro para todas
las partes. En el caso de las competiciones depor-
tivas se puede hablar de clásicos con la misma
legitimidad que en el caso del cine, sin referir-
nos únicamente a las películas en las que los
héroes deben salvar al mundo una y otra vez y al
f inal acaban como Sísifo. —
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